Reciclar la vida
Ricardo Coco Niz Cartonero
Reciclar la vida
Reviví, profundizá y compartí la charla.
"Descubrí que ofreciendo ayuda yo era el más ayudado”
Llegué de Entre Ríos pensando que venía al mejor lugar del mundo: Buenos Aires. Era un niño sin familia que no sabía leer ni escribir y el cementerio de la Chacarita fue el primer lugar donde me recosté para empezar a mirar: me maravilló la ciudad. Tuve que decidir cómo iba a vivir, así que rápidamente nació el cartonero Coco.
Un puente fue el lugar que encontré para estar en paz. Ahí debajo iban catequistas o políticos que buscaban mano de obra barata para robar, por ejemplo. Tenía que tener plan B para no aceptar. Empecé una maratónica carrera de obstáculos: saltos, saltos, saltos y en uno de esos saltos decidí empezar la escuela. Juanita, una catequista que venía a visitarme, me ofreció comida para mí y mis 5 hijos si iba a clases. Y me convenció: en ese momento yo buscaba qué comer en la basura. Hacíamos cola en restaurantes a la espera de las sobras para llevar al puente, donde vivíamos 83 familias y compartíamos todo. Aprender a leer y escribir me hizo descubrir un mundo diferente. Hice cursos de Higiene y Seguridad, Gestión de Residuos y Primeros Auxilios, que me permitieron crear una opción de vida favorable. Pero hasta entonces, a mis hijos les iba a heredar un carro para cartonear y un puente para vivir, entonces decidí llevar adelante un proyecto llamado cooperativa El CorreCamino, donde nos dedicamos a la gestión de residuos.


Estamos en Barracas, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y recuperamos más de 20 productos derivados de la naturaleza, que clasificamos y proveemos a la industria para nuevos productos volcados al mercado de consumo. Nuestra idea no es sólo reciclar ecológicamente sino intentar reciclar la vida. Hay muchas personas que están como residuos humanos, diseminados en el país, con falta de empleo, de vivienda, salud, buena alimentación y encontramos un escenario propicio en los residuos para generar una verdadera economía circular que pueda responder a esas necesidades que tiene nuestra comunidad.
No fue fácil. No sabía nada de gestión, pero ya sabía leer. En una revista encontré una nota sobre cooperativas, me enamoré de la herramienta y la seguí. En las capacitaciones aprendí, por ejemplo, a interpretar qué necesita toda la comunidad del proyecto para poder sostenerlo. Tenemos un largo camino. Lo más traumático fue la gestión tributaria: inscribir una cooperativa con lo que exige la ley (AFIP, pagar IVA, Ingresos Brutos). Nosotros pagamos Impuesto a las Ganancias, ¡increíble en una cooperativa de cartoneros! Aceptamos ese desafío para poder decir presente, acá estamos, queremos superarnos y la mejor forma es trabajar con seriedad en el marco de la ley. Recuperé mi autoestima. Se me fueron la fiaca, las dudas, el temor y el dolor. No hace falta mucho para tener calidad de vida. Mi idea no es ser millonario sino ayudar a la mayor cantidad de gente posible.
La cooperativa
En el proyecto El CorreCamino convertimos indigentes en contribuyentes. Estamos en el barrio de Barracas, donde recibimos los productos post consumo y les damos una vía de reindustrialización. Separamos en origen vegetal, petróleo, mineral, y la industria espera con los brazos abiertos la calidad de los productos que salen de la cooperativa para lograr nuevos. Llegamos a 53 familias, es decir, a unas 250.300 personas entre esposas, hijos, abuelos, tíos. Hoy los residuos nos ponen ante un escenario fantástico para tener una oportunidad de trabajar. Hay lugar para profesionales y hay lugar para alguien que no sabe leer ni escribir.