Las máquinas que piensan
Tomás Balmaceda Filósofo
Las máquinas que piensan
Reviví, profundizá y compartí la charla.
“¿Podremos crear una inteligencia mejor que la nuestra?”
Siempre fui el nerd de la familia. Cuando cumplí 10 años, en 1990, le pedí a mi papá una Commodore 64 y pasé mucho tiempo copiando programas en cassettes, cosa que me fascinaba porque se parecía a la magia. Crecí y ese interés por la tecnología empezó a mezclarse con la lectura y con lo mucho que me gustaba estudiar. Soy doctor en Filosofía y por más de diez años me dediqué a la filosofía de la mente, el espacio de reflexión sobre la manera en que pensamos. Pero nunca dejé de ser el que arreglaba computadoras y miraba las especificaciones de los smartphones con pasión; así que, cuando sentí que estudiar los mismos temas se había vuelto repetitivo, me pregunté por otras formas de “lo mental” y vino a mi cabeza una pregunta: ¿podrían pensar las máquinas? Hoy me dedico a la filosofía de la tecnología. Ya en 1950 el inglés Alan Turing se lo había preguntado y descubrió que todo depende de qué entendemos por “pensar”.


En la actualidad cuando hablamos de “inteligencia artificial” solemos referirnos a ciertos algoritmos “de aprendizaje automatizado” que pueden almacenar y procesar volúmenes grandes de información. Son muy buenos para identificar patrones, hacer predicciones y seguir órdenes. En esto se parecen mucho a los genios de las lámparas: pueden concedernos cualquier deseo computable que pidamos. Sin embargo, como los genios, a la hora de trabajar con algoritmos de inteligencia artificial, es clave entender que no se trata de qué queremos que haga sino de qué le pedimos que haga.
Entender qué es ser inteligente puede depender de muchos factores y no hay una única respuesta. Demostrar o no inteligencia parece relacionarse tanto con el sujeto que estamos analizando como con quien está evaluando lo que sucede. Hasta ahora, la inteligencia artificial es tan sabia y tan necia en sus asuntos como lo somos nosotros, aunque ella es mucho más rápida y poderosa. ¿Podremos hacer una inteligencia mejor que la nuestra? ¿Podremos reconocer una inteligencia tal?
El pedido adecuado para evitar malentendidos
En un texto científico con ejemplos de malos entendidos entre humanos y algoritmos de inteligencia artificial, uno me impactó: alimentaron un algoritmo con toda la información de un vuelo y le pidieron que ayudara a elegir la manera más eficiente de hacerlo aterrizar. El algoritmo no dudó: había que colapsar su sistema de navegación en pleno vuelo y dejar que se estrellara. Su lógica es impecable: un algoritmo no hace lo que uno quiere que haga, sino lo que se le pide.
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Seguí explorando
Le pedimos a Tomás Balmaceda que nos haga algunas recomendaciones para profundizar y nos sugirió esto.

Para pensar la inteligencia artificial
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Un trabajo de reflexión filosófica sobre la inteligencia artificial y el diseño de artefactos y de sistemas tecnológicos. Aborda problemáticas relacionadas con la privacidad, la transparencia, los derechos humanos y la política.

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