Lo primero que pensé cuando llegué a la meta
Delfina Pignatiello Nadadora Olímpica
Lo primero que pensé cuando llegué a la meta
Reviví, profundizá y compartí la charla.
“Llegué a creer que no merecía la medalla dorada. Dejé de escuchar mis propios deseos”
Después de 9000 horas de entrenamiento, más de 3000 zambullidas, cientos de carreras, varias medallas de oro, toqué la pared en Tokio 2020, saqué la cabeza del agua y me di cuenta de que no había hecho el tiempo que quería ni había terminado en la posición que soñaba, pero en lo único en que pensaba era en qué me iban a decir en las redes sociales. Hoy me pregunto: ¿cómo puede ser que lo que más me importaba en ese momento fuese la mirada de un montón de desconocidos? Me había vuelto esclava de mi exposición, de la comodidad con la que la gente y los medios opinaban de mí. Mis sueños y objetivos habían sido tomados por otros como propios. ¿Saben lo que pesa ver tu nombre en los diarios prometiendo una medalla? Percibía que lo único que valía en mi vida era entrenar y ganar la dorada, que el resto no servía. Había llegado a creer que no me lo merecía y no podía ni disfrutar de estar ahí. Dejé de escuchar mis deseos. Me sentía sola. Hasta que me di cuenta de que compartía esa soledad con otros deportistas. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 pasó algo trascendente: se comenzó a hablar de temas ocultos, como la salud mental, y a romper ese tabú de que éramos superhéroes sin fallas. Aprendí sobre la importancia de tener una cabeza fuerte y de estar bien con una misma para poder estar bien con los demás, con nuestro cuerpo y con la actividad que realizamos. Es decir, aprendí a verme a mí.


Fue a los 13 años cuando me di cuenta de que quería algo más. Como soy muy competitiva tenía hambre de ganar algo, lo que fuera. Lo primero que me dijeron era que tenía que federarme, clasificar a un torneo nacional y ganarlo para pasar al sudamericano y así subir niveles hasta poder llegar a los Juegos Olímpicos. Escuché lo que me proponían y me dije: “¡Vamos!”. Empecé a ganar y así aumentaba mi amor por el agua y por la competencia. Aumentaban la adrenalina y la sensación hermosa de haberlo dejado todo. Crecía mi confianza. Pero también quienes me rodeaban comenzaron a crear expectativas sobre mí. Sin darme cuenta, me estaban colgando una mochila que no era mía. Y con el paso del tiempo, esas miradas externas se fueron ampliando más allá del círculo deportivo. Al principio era copado que me pidieran fotos, que me reconocieran por la calle y que me invitaran a diferentes eventos. Aparecieron los grandes sponsors y la exposición en redes aumentó. Los likes se convirtieron en muestras de aceptación social, yo los buscaba. Como no era tan masiva la demanda, podía controlar los roces con la fama. Pero como en todo hay un lado B. La energía y la adrenalina que atravesamos los adolescentes mientras descubrimos quiénes somos, cometemos errores y caminamos hacia la adultez, en mí se convirtió en un tsunami de miradas y no había manera de nadar, me ahogaba. Y cuando tras todo mi esfuerzo llegué a un juego olímpico, terminé inmersa en una guerra en redes sociales donde me atacaban detrás de un perfil de Internet. Tuve que aprender a dar notas, a elegir qué cosas decir o no decir en Internet, a tratar a una oleada de haters, a convivir con las presiones y las expectativas ajenas. Lo que me pasó no es inevitable. Es posible crear mejores barreras de contención, con profesionales que ayuden a cuidar a la persona detrás del atleta de alto rendimiento. Es cuestión de posar las miradas donde realmente hay que hacerlo. Hoy estoy intentando ver a la persona y no solo a la deportista.
Recuperar el disfrute
Amo nadar desde siempre. Mi mamá es profesora de natación, a los 8 meses me metió en el agua y nunca más quise salir. Al principio pasaba todo el tiempo en el club. Era mi lugar para jugar, para disfrutar, el sitio donde me sentía más segura. Hoy, después de lo que me pasó en Tokio 2020 y con todo lo que aprendí, trato de ver a la Delfi persona y no solo a la deportista. De valorar a ambas. De entender que cuando me zambullo en el agua tengo esa coraza protectora a la que no llegan los otros -obvio que tengo que tratar de nadar lo mejor posible-. Y cuando saco la cabeza del agua, y me encuentro con las miradas ajenas, trato de entender que las únicas que deben importarme son las de mis viejos, las de mis amigxs, la de mi abuela y la de la Delfi peque que solo quiere jugar y que va a salir corriendo para volver a tirarse al agua.
Podcast
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Seguí explorando
Le pedimos a Delfina Pignatiello que nos haga algunas recomendaciones para profundizar y nos sugirió esto.

“El sol también es una estrella”
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Los caminos de Natasha y Daniel se cruzan en pleno Nueva York el mismo día: él tiene que acudir a una entrevista para ingresar a la universidad de Yale -a estudiar algo que no desea-, mientras que ella busca la manera de no ser deportada, junto a su familia, a Jamaica, ¿tendrá el destino algo que ver?

“Your Head is a Houseboat”
De Campbell Walker.
Con dibujos y propuestas de ejercicios diarios, y sobre todo con humor, el talentoso ilustrador conocido como “Struthless” presenta un enfoque ameno sobre qué sucede en nuestro cerebro, cómo funciona la cabeza y de qué forma convertirla en un lugar más agradable para vivir.

La saga de Harry Potter
De J.K. Rowling.
Harry Potter es una serie de ocho novelas fantásticas que describen las aventuras del joven aprendiz de magia y sus amigos durante los años que pasan en el Colegio Hogwarts de Hechicería. El argumento se centra en la lucha entre Harry Potter y el malvado mago lord Voldemort, quien asesinó a sus padres en su afán por conquistar el mundo mágico.