La pobreza y la matrix del veo-veo
Nacho Levy Comunicador
La pobreza y la matrix del veo-veo
Reviví, profundizá y compartí la charla.
“Tiene que haber una ventana en algún lugar del muro”
Los derrotados pueden dar pena, ternura, rating, miedo pero, ¿una charla? No, ridículo. Mis vecinos, mis compañeras, no tienen tanta suerte. Son invisibles todavía. Y yo no quiero ser el blanco de ninguna hipocresía, desde hace 16 años, desde que fundamos un movimiento de base para que los hombres blancos aprendiéramos a perder lugar entre tantas mujeres negras que nos enseñan a compartirlo. No desde las villas para el mercado. No desde las villas para el público. No desde las villas para la tesis. Desde las villas hasta la victoria. Voy a hacer una infidencia. Vengo de jugar al Veo, veo y me tocó perder. Ojo, no contra cualquiera. Perdí contra mi hija que objetivamente juega bien. Y no es ninguna pendeja, ¡ya tiene 4 años! Ahora, fíjense qué viva la tipa. Aprovechando que no vemos a las villas, que no vemos a las indígenas, que no vemos a los presos, le pregunté: “¿De qué color?”. Y me dijo: “Negro”. Y yo, que como buen blanco no me gusta perder a nada, busqué hasta la última pelusa, pero a todo decía que no. “Me estás choreando”, le dije. “¿Te rendís?”, me preguntó. “Ni en pedo”. Y compadeciéndose de mi colorida ceguera me pegó el tiro de gracia. “Esto es papi, ¿ves? Cuando cerrás los ojos, ese negro, ¿entendés?”. Muchas veces por minuto esa cortina negra se desenrolla con cada parpadeo, pero yo no la veía. Tuvo que venir una nena a mostrármela. Así que ya podés cerrar bien los ojos. Ahí están las villas, las cárceles y las etnias como siempre nos las mostraron: oscuras, sin rostros, sin alma. ¡¿Cómo no vas a temerles?! ¡¿Cómo vas a querer abrir una ventana?! Bueno, abrila porque nos ahogamos.


Y no pienses en el barrio Zavaleta, pensá en tu barrio. Y no pienses en mi ahijado, pensá en el tuyo. ¿Lo ves? Miralo temblar bajo la mesa, dentro de su casa, entre 105 detonaciones con balas de plomo, con armas de fuego y haciéndose pis. Y llorando. Hasta que no llora más. Tu comadre corre a levantarlo pero ya está dormido en un charco de sangre. Lo levanta y corre con todos los pies del barrio, porque hace cinco décadas que no entran las ambulancias. Llorás y llegás. Pero no llegás. Ya no tenés ahijado. Y justicia, tampoco. Tenés una charla. Cuando las balas o los chaparrones atraviesan la chapa porque no le pudiste poner ceresita y la lluvia musicaliza los charcos de mierda que brotan porque las cloacas están tapadas por abajo y tu beba está destapada por arriba. Quizá por eso grita Mabel, mi vecina, que grita y llora cada vez que llueve. Hace 57 años que llora. ¡Mirá si no será parte del universo, Mabel! Ah, lloran, pero los villeros no quieren irse de sus casas. ¿Y ustedes sí? ¿Ustedes quieren irse de sus barrios, de sus plazas, de los recuerdos que anidan ahí? Las villeras y los villeros que conozco quieren irse de la villa, lo que no quieren es mudarse. Yo tampoco me quiero ir de Zavaleta, porque ahí aprendí todo lo poco que sé. Pero tiene que haber una ventana en algún lugar del muro lleno de falsas ventanas como un celular o una compu. Y cuidado, porque los medios no son una ventana. No hay pobres en los medios. No hay pobres en la Justicia ni en el Parlamento y tampoco en la coordinación de estas charlas. ¿Dónde están los guachos, dónde se esconden? Estamos monocromáticamente jodidos. Nos toca alumbrar una normalidad mejor.
Otra pandemia afecta a la humanidad
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