Hacer sustentable el compromiso
Delfina Zarantonello Estudiante
Hacer sustentable el compromiso
Reviví, profundizá y compartí la charla.
“Si hoy nos gusta y entusiasma una cosa y mañana otra, ¡cambiamos! ¿Cuál es el problema?”
Cuando tenía 16 años tuve una relación de la que salí muy lastimada. En ese momento decidí no volver a confiar en nadie. Me aterraba dar a otro el poder para lastimarme. Hasta que conocí a un chico que me caía bien y me gustaba su forma de ser. Nos empezamos a cruzar seguido, empezamos a tener la rutina de mandarnos mensajes para saber del otro. En uno de esos intercambios le propuse hacer algo juntos. Pasaron los minutos, las horas, los días y la respuesta nunca llegó. Silencio total. Desapareció. Como decimos hoy, me había ghosteado, se había borrado de mi vida sin dejar rastro ni explicación. ¿Cómo podía ser que alguien tuviera tan poco compromiso conmigo? Me sentí muy mal, me angustié mucho, hasta que me di cuenta de que parecía mi mamá diciendo: “Ustedes los jóvenes no se comprometen con nada”. Si yo no pensaba como ella, ¿por qué ahora exigía un compromiso? Esa sensación de amargura que tenía se transformó en incomodidad. Hasta ese momento siempre decíamos con mis amigas que la pasión por algo o por alguien es una especie de ceguera, que no te permite ver lo negativo; que el compromiso es un mandato del pasado y que su definición necesita actualizarse, porque ahora todo es mucho más fluido.


Creo que el ghosteo me hizo ver que la fluidez que yo sostenía y no cuestionaba no era a cualquier costo. Me permitió entender que lo que me enojaba era tener que hacerme cargo de cosas que el otro tiene que hacer. No me molestó que este chico eligiera irse, sino tener que buscarle una explicación a eso. Hacerme cargo de algo que no me correspondía para poder poner palabras a un silencio que habían dejado en mis manos. Y no hablo solamente de vínculos. Es la misma sensación que tengo con la crisis climática o con los temas de género, donde siento que nos tenemos que hacer cargo de cosas que otras generaciones deberían haber hecho. Me di cuenta de que el compromiso y la pasión que sentimos los jóvenes hoy son tan profundos como los de mi mamá o mi papá o incluso de generaciones anteriores. Solo que tienen otra mirada, otra forma, otro color. Es preocuparnos por el futuro, por el otro y lo colectivo. Es hacernos cargo de que ese futuro exista y sea lo mejor posible aunque nos lleve a cambiar de rumbo con frecuencia. Yo no creo que uno pueda estar eternamente entusiasmado con lo mismo. Por eso, cuando pierdo el entusiasmo, cambio para poder seguir comprometida con lo que hago y conmigo misma. Quizás mi actitud no cumpla con los mandatos. Pero me parece que es la única forma de hacer sustentables la pasión y el compromiso. De generar un balance entre uno mismo y el otro que nos comprometa, pero a la vez nos permita cambiar. Un balance que todos vamos a tener que aprender si queremos un futuro en este planeta y si a la vez queremos que este planeta tenga un futuro.
Una vida, muchas opciones
Hoy tenemos muchas más posibilidades a nuestro alcance. La tecnología y las redes sociales no solo dan un acceso inmediato a todo, sino que nos permiten cambiar fácilmente. No hablo solo de series, películas o vínculos. Cuando tuve que elegir una carrera, las posibilidades eran casi infinitas, al igual que la información y los consejos al respecto. En un contexto de tanta incertidumbre y con tantas opciones, en el que todo va rápido, comprometerme a largo plazo con algo me resulta impensable.
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