Arreglar la democracia
Yanina Welp Politóloga y comunicadora social
Arreglar la democracia
Reviví, profundizá y compartí la charla.
“Cuando la gente comienza a pensar que da lo mismo quien gobierne, las opciones mesiánicas y cargadas de fórmulas mágicas se hacen espacio”
Cada vez más personas sienten rechazo por la política. Pero como la política y la democracia importan demasiado, quiero convencerlas de que el sistema se puede cambiar. En teoría, la democracia es el gobierno del pueblo. En la práctica, muchos piensan que el pueblo es un invitado de piedra y que los políticos hacen lo que quieren. Vivimos en sociedades injustas, cada vez más desiguales, y la gente lo percibe. Según el latinobarómetro, en 2020 un 77% de la población regional pensaba que su país estaba “gobernado por grupos poderosos en su propio beneficio” y un 86% tenía poca o ninguna confianza en los partidos políticos. Esto se llama crisis de representación y se produce por la indiferencia de “los de arriba”. Su sordera lleva a tomar malas decisiones, cuyos efectos generan déficits en el acceso a la salud, a la educación, al transporte y no ayudan a resolver problemas globales. De momento, las elecciones siguen funcionando y los partidos siguen organizando la distribución del poder formal. Pero la cuerda está demasiado tensa y, de a ratos, amenaza con cortarse. ¿Por qué aceptar pagar impuestos si se cree que solo se beneficiarán unos pocos? El miedo a la cárcel o a las multas puede dar una respuesta, pero eso no sostiene la cohesión social a lo largo del tiempo. El rechazo a este estado de cosas se confunde con el rechazo a la política y pone en riesgo la convivencia. Cuando la gente comienza a pensar que da lo mismo quien gobierne, las opciones mesiánicas y cargadas de fórmulas mágicas se hacen espacio.


Sin embargo, pese a todas las quejas, no es lo mismo vivir en democracia que vivir en dictadura. Hoy los gobiernos están ocupados en su propia supervivencia en el poder a puro relato, pero el vacío que deja una gestión poco efectiva tiende a llenarse con discursos de odio, polarización, ataques y se convierte en una bomba de tiempo. ¿Qué hacer? Algunas voces apuntan a dejar el poder a los expertos pero el conocimiento técnico no es neutro. Del otro lado, las soluciones mágicas del populismo autoritario salen mal. No puede haber ningún bien común donde se nieguen las disidencias y no se respeten los derechos humanos. Hay que redistribuir el poder y generar instancias de diálogo democrático y cooperación. No eliminar el conflicto ni aspirar al consenso sino fijar reglas para construir acuerdos. Las decisiones importantes deberían darse en el marco de procesos de debate democrático que reúnan a la ciudadanía con los representantes en asambleas. Mucha información y luego un referéndum para tomar las decisiones colectivamente. No hay soluciones mágicas, pero sí hay opciones malas: no hacer nada o buscar atajos que no funcionan. El futuro es nuestro, nos hagamos cargo o no. Así que mejor hacerse cargo.
Elegir la esperanza
La polarización extrema y la intolerancia niegan la democracia y hacen imposible la convivencia. Pero no todo está perdido. Todavía podemos aprender de la historia. La revolución francesa, símbolo de la democracia y los derechos humanos, lo primero que puso en marcha fue la guillotina para cortar cabezas a opositores. Décadas pasaron hasta que volvió la calma, se alcanzó cierta prosperidad y cierta protección de derechos. Sin reconocimiento del pluralismo no hay democracia, sin ley no se pueden proteger los derechos humanos, y con paciencia y tolerancia viviremos mejor. Por eso hay que evitar los estallidos con canales que no den espacio a la acumulación de furia. Un estallido es un desborde, una explosión de ira acumulada, se expresa de forma espontánea y desorganizada, desborda los marcos institucionales.
Ideas
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