Una luz propia
Me gusta la definición que dice que la función principal del periodismo es dar a la opinión pública instrumentos de información que le permitan conocer y entender el mundo en que vivimos. Creo que la buena prensa hace eso (o al menos eso hacía en el pasado). Sin medios el mundo sería solo una serie de estímulos cercanos, rumores, sucesos inexplicables, suposiciones y hechos repentinos. Por eso nosotros -la opinión pública- sin capacidad física e intelectual de acceder y entender el mundo en toda su complejidad, delegamos en la prensa la tarea de hacernos llegar de forma comprensible hechos, personajes, situaciones, conflictos, opiniones y procesos que de otra manera serían invisibles para nosotros y, casi siempre, completamente herméticos. Gran parte de lo que entendemos por “realidad” es el resultado de una ilación coherente que crea el periodismo a partir de una serie de hechos aparentemente inconexos.
Durante mucho tiempo el periodismo cumplió muy bien con esa tarea. Fue, hasta hace poco, un factor fundamental para el progreso y la cohesión de algunas ideas que unieron a la sociedad. Sin embargo, no importa mucho como lo miremos ahora, esa tarea aprendida por más de un siglo hoy parece insuficiente. Ya no comprendemos el mundo sólo por lo que publican los medios de noticias sino, además, por una infinidad de fuentes no periodísticas que logran acercarnos otras historias, ideas que captan nuestra atención y nos aportan un conocimiento más amplio sobre algo. Ellas también, ahora, disputan el sentido de lo real, cambian conductas, fragmentan la identidad social, nos expanden y eventualmente nos enfrentan.
En este nuevo contexto, nosotros -la audiencia, la opinión pública- también aprendemos cosas, o alineamos nuestras ideas y creencias, o encontramos nuevas motivaciones, o cambiamos, o alteramos nuestras prioridades, a partir de los innumerables relatos que consumimos en forma de tweets, posts en Instagram, en Facebook, explicaciones concentradas en videos de TikTok o en clases magistrales de cualquier cosa en Youtube. Un caos mental apasionante donde las noticias son un contenido más. Aquellos que sostienen que los algoritmos secuestran la atención de las audiencias, y que por eso ha decaído el interés por la prensa, se equivocan o no entienden los incentivos individuales que tienen los contenidos de la red. No fuimos secuestrados, fuimos cautivados.
Esta nueva competencia contra tantas fuentes resulta extenuante para la prensa. Los medios ahora corren sin parar en la búsqueda por incrementar sus audiencias casi a cualquier costo. Entraron en una batalla infinita intentando ubicarse delante de su competencia aunque sea en baluartes dudosos. Siguen con obediencia las tendencias de Google al instante. Postean como ametralladoras, chequean CrowdTangle como una mira telescópica para saber dónde disparar. Publican contenidos de manera automática, sería correcto decir que bombardean contenidos sin miramientos. Presentan títulos engañosos, en algunos casos al límite de poder recibir sanciones de las plataformas. Escamotean en pliegues del lenguaje el tema principal de una historia buscando “robar” algunos clicks. Abusan sobre lo que “arde en las redes” para publicar declaraciones insulsas de alguna celebridad de turno. Se sumergen hasta el cuello en esta batalla por más audiencia. Y así, embarrados, es muy difícil para nosotros distinguir a unos de otros. Todos hacen lo mismo, destruyen sus únicos tesoros, su trayectoria, el valor invisible de sus marcas, la confianza que teníamos en ellos, su reputación, aquello que los llevó a ocupar un lugar destacado en nuestras mentes. Todo esto están perdiendo en el combate.
En mi opinión, uno de los desafíos del periodismo es abandonar el camino que los llevó a ser meros seguidores de tendencias. Supongo que deben encontrar el nuevo rumbo en la propia creatividad editorial, el único lugar desde donde puede surgir la relevancia. El desafío final es tener una luz propia que guíe otra vez a la opinión pública. Es verdad, no estoy diciendo nada nuevo. La escultura que aparece en el viejo ex edificio del diario La Prensa de Argentina, colocada en 1898, muestra a la diosa Palas Atenea llevando en su mano derecha una luz que nos ilumina con el conocimiento, en la otra lleva un mensaje que dice “La prensa”.