Cuentos completos

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Una noche de mis doce años, en la habitación de arriba, leí «El Gato Negro» o «El corazón delator», o alguno de esos cuentos tétricos, sin saber muy bien qué leía. Fue una revelación, porque el miedo real, el liso y llano, el que nada tenía que ver con las cosas de este mundo, me empezó a invadir por primera vez. Y nada me hizo conciliar el sueño por la noche, durante muchas noches. Fue maravilloso entender que un cuento (una palabra después de otra, solo tinta sobre papel) podía provocar terror y, a la vez, ganas de seguir sintiéndolo.

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